Los sistemas de certificación de viviendas bajo la lupa de los expertos

noviembre 30, 2021 - Marcelo Bauzá

Por Melissa Forno

El pasado 13 febrero, tras la publicación en el Diario Oficial de la Ley de Eficiencia Energética, el Gobierno anunció que en un plazo aproximado de dos años a contar de esa fecha  –incluido el tiempo que tarden los reglamentos- se comenzará a exigir el Sistema de Calificación Energética de Vivienda (CEV) en las propiedades nuevas. Esto implica que aquellas que reciban permisos de edificación en 2023, tienen que cumplir con este, lo cual también será requerido para su recepción final.  

“Las viviendas cuentan con una herramienta o etiquetado muy similar al que traen los electrodomésticos, como el del refrigerador”, explica Luis Merino, ingeniero civil y académico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Concepción.

Según señala Merino, el CEV operaba hasta ahora de modo voluntario, en parte por la escasa disponibilidad de profesionales capacitados en el país que pudiesen aplicarla al evaluar una construcción.

De acuerdo con información publicada por los ministerios de Vivienda y Urbanismo y de Energía, la etiqueta mostrará el porcentaje de ahorro en la demanda de energía para conseguir calefacción, enfriamiento e iluminación apta para la construcción. Junto con ello, el nivel de eficiencia energética en función del porcentaje de disminución de la demanda. Para que las personas logren comprenderlo, las residencias tendrán etiquetas con colores, porcentajes y letras, que irán desde la A + hasta la G, siendo esta última la menos eficiente.

Por ejemplo, una vivienda calificada con letra A+ puede alcanzar ahorros entre 85% y 100% en comparación con la vivienda base; una propiedad que solo obtiene una A, entre 70% y 85%; otra con B, entre 55% y 70% y así sucesivamente.

Las viviendas base son aquellas catalogadas con letra E, que consumen 19.200 kWh/año, estándar que representa la exigencia actual establecida en la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción (OGUC), y que tienen que cumplir todas las viviendas que se construyen en Chile, a partir del año 2007.

Cabe señalar que el requerimiento energético, el que muestra  la demanda de energía por metro cuadrado de la residencia (kWh/m2), se grafica por separado de la energía utilizada para calefacción y refrigeración.

Para Merino, las viviendas con etiquetado A o A + cuentan no solo con una buena aislación en los muros, sino también con un adecuado nivel de penetración solar. Para ello, es probable que requieran orientación norte, la que les permitirá recibir calor durante el invierno.

En opinión de Merino, la exigencia normativa en Chile es laxa comparada con otros países. “Es bien fácil cumplir con un buen estándar de calificación energética”, sostiene.

Un buen ejemplo de ello, dice el académico, queda demostrado al calcular el grosor necesario del material aislante que requiere un muro de hormigón de 20 centímetros, según la OGUC y el Plan de Prevención y/o Descontaminación, que rige para el Gran Concepción. “Bastará con añadir un  centímetro de un material aislante, como la lana mineral, para cumplir con las exigencias”, dice.

Sistemas de certificación internacional

El CEV comenzará a operar en Chile en un mercado donde ya existen otras certificaciones, como el Leadership in Energy and Environmental Design, conocido por sus siglas en inglés, LEED.

“En términos gruesos, mide, entre otros puntos, el uso eficiente de la energía y el agua, la adecuada utilización de materiales, el manejo de desechos en la construcción y la calidad del ambiente interior en las edificaciones”, explica Manuel Carpio, arquitecto, máster en gestión en la edificación y profesor de la Facultad de Ingeniería de la UC.

Se trata de una certificación independiente e internacional creada por el U.S. Green Building Council, en el año 2000, de carácter voluntario, que se puede aplicar a viviendas, edificios y comunidades. Cuenta con cuatro diferentes niveles: Certified, de 40 a 49 puntos; Silver, de 50 a 59 puntos; Gold, 60 a 79 puntos y Platinum, 80 o más puntos, dice Carpio.

Otra certificación es la Passivhaus. “Busca alcanzar un consumo energético casi cero, a través de una correcta aislación térmica, hermeticidad y ventilación adecuada. A diferencia de la LEED, no cuenta con una escala y tampoco es obligatorio”, dice Carpio.

Tiene solo un nivel de calificación y para alcanzarlo se deben cumplir los siguientes requisitos: una demanda máxima para calefacción y refrigeración de 15 kWh/m2 al año. Para edificios con calefacción y refrigeración por aire, se acepta como alternativa, también, una carga para frío y calor menor de 10 W/m2.  Asimismo, un consumo de energía primaria para calefacción, refrigeración, agua caliente sanitaria y electricidad, no superior a 120 kWh/ (m2a), entre otros puntos.

En Chile, hasta ahora, no existe obligación de que los edificios nuevos obtengan alguna certificación energética, aunque hay algunos que la han tomado en forma voluntaria. Uno es la sucursal Vitacura del Banco BCI, que tiene la Passivhaus.

Según Nina Hormazábal, doctora en arquitectura de la Universidad de Nottingham y directora del Departamento de Arquitectura de la Universidad Técnica Federico Santa María, “es una de las más exigentes del mundo y en Chile muy pocos edificios pueden conseguirla. Existe una docena que cuenta con la certificación LEED, porque estar certificado con un sello energético de este tipo aporta al prestigio de la compañía, lo que no significa necesariamente que todo lo que haga esa empresa sea en pro de la sostenibilidad y de la eficiencia energética”, afirma la académica.   

La certificación Passivhaus es más exigente que la LEED, según Hormazábal. “La primera se enfoca principalmente en la eficiencia energética. En ella se debe demostrar, a través de cálculos y pruebas, que el edificio será capaz de mantener un bajo consumo energético en el tiempo. Es decir, cuando la construcción está en funcionamiento con personas en su interior, lo que se logra con un diseño y construcción de alta exigencia.

Por su parte, la certificación LEED se enfoca en la sostenibilidad, demostrando a través de una exhaustiva revisión que el proyecto y la construcción tienen un impacto negativo reducido o nulo en el ambiente y los habitantes, considerando las siguientes áreas: la planificación del sitio, agua y su uso eficiente, eficiencia energética y energía renovable, materiales y recursos y, calidad de aire interior, precisa Hormazábal.

Otra certificación es la Deutsche Gesellschatfür Nachhaltiges Bauen (DGNB), de origen alemán. “Considera todo el ciclo de vida de la edificación, contemplando de igual manera aspectos fundamentales de la construcción sustentable como los objetivos ambientales, económicos y aspectos socioculturales y funcionales. Adicionalmente, toma en cuenta la calidad técnica, de procesos y de emplazamiento”, explica Carpio. Cuenta con seis categorías o criterios de calidad para la evaluación de edificios, entre otras: medioambiental, económica, funcional y sociocultural, técnica, de los procesos y del sitio. Se alcanza Bronce si el índice de rendimiento total es de al menos 50%; Plata, si alcanza como mínimo el 65% y Oro si la puntuación total es de 80% o más.