¿Porqué no reparamos?

septiembre 30, 2021 - Marcelo Bauzá

Entrevista a Francisco Urquiza por Melissa Forno

Francisco Urquiza es ingeniero civil industrial de la Universidad Católica (UC), máster en Ciencias de Ingeniería de la misma casa de estudios y en Servicios Ecosistémicos de la Universidad de Edimburgo, Escocia. Fue creador y ex director de la Dirección de Sustentabilidad de la UC y actualmente es profesor del Instituto para el Desarrollo Sustentable de dicha universidad.

Uno de sus principales intereses como profesional es el estudio de los sistemas socioecológicos, metodologías de enseñanzas y co-aprendizajes para la sustentanbilidad. Su visión en el tema apunta a que no basta con generar buenas conductas y hábitos en las  personas, si no se exige a las industrias cambios estructurales que permitan abandonar la fabricación de objetos desechables.

“En el pasado se reparaban hasta seis veces los zapatos, tengo recuerdos de mi abuela ocupando una ampolleta para zurcir calcetines. No sé quién hace eso ahora”, afirma.

 – ¿Por qué cuesta tanto adquirir el hábito de reparar los objetos que usamos en el día a día?

– Existe un aspecto económico y otro cultural. Desde el punto de vista económico, lo que sucede es que nos hemos configurado en términos de una economía basada en un consumo que busca ser cada vez más acelerado, con un recambio lo más rápido posible de aquellos bienes que adquirimos. Esto para que nuevamente podamos satisfacer la necesidad que sentimos al hacer la primera compra y luego la tercera, la cuarta y así sucesivamente. En este sentido, los productos se diseñan para que tengan una obsolescencia programada, como, por ejemplo, una impresora que deja de funcionar después de imprimir un determinado número de hojas. También está el concepto de obsolescencia percibida, el cual tiene relación con la moda. Por ejemplo, aunque un pantalón sin puño siga estando en buenas condiciones, como hace cinco años, se busca comprar otro que sí tenga puño porque es la tendencia que predomina en el momento. Esto es muy aplicable a los celulares. Aunque el iPhone 6 esté operativo, la idea es adquirir el 7 o el 8 porque ya está disponible y es más ‘cool’. Esta lógica económica nos invade por todas partes, a través de la publicidad y su efecto persuasivo que es muy potente. Bombardean a las personas desde muy temprana edad, instalándose que lo deseable es estar a la moda, mensaje que hoy incluso puede ser más persuasivo, a través de las redes sociales que llegan más a los jóvenes.

– ¿Y la relación con los cultural?

-Desde el punto visto cultural, el concepto de reparación va en contra de la lógica económica, ya que si lo reparamos no necesitaremos comprar otro producto. Por tal motivo, no es algo que se esté difundiendo como un atributo en campañas de marketing, salvo ciertas excepciones bien notables como la marca Patagonia, cuyas prendas son caras pero su calidad permite que tengan una gran durabilidad y, en caso que lleguen a romperse, tienen implementado todo un sistema para repararlo. Sin embargo, las firmas no tienen ese aparataje desarrollado, por tal motivo, es difícil encontrar lugares donde provean servicios de reparación, aunque existen. El problema es que a veces los productos son tan baratos en relación con la versión nueva del objeto, que incluso puede costar casi lo mismo adquirir otro que arreglarlo. Por ende, se toma la opción de comprar, sin preocuparse del impacto que tendrá aquello que se está descartando.

– Sin embargo, no siempre fue así…

– Claro, en el pasado se reparaban hasta seis veces los zapatos. Tengo recuerdos de mi abuela ocupando una ampolleta para zurcir calcetines, no sé quién hace eso ahora. En una o dos generaciones perdimos la capacidad de arreglar aquellas cosas que ocupábamos en el hogar, lo cual se hacía por una necesidad económica, ya que el costo de comprar una prenda o un electrodoméstico era muy elevado, por lo tanto, se optaba por reparar, ya sea en la casa o en servicios externos, como las zapaterías. El problema es que también  ha desparecido el conocimiento que tenían los artesanos. No es tan fácil recuperar eso. Pero sí se puede fabricar un producto que esté diseñado para ser reparado. Ahí está la oportunidad. Lo ideal es que los objetos sean concebidos en forma modular para que si un componente falla puede ser arreglado”.

– ¿No hay una diferencia generacional?

-Las nuevas generaciones están volviendo a valorar la cultura de reparar, de considerar como un valor añadido algo que se está rescatando. Se transformó en un atributo deseable en un objeto. Además, hay otro aspecto positivo, ya que se están recuperando ciertas habilidades que, en épocas pasadas, eran atribuibles a mujeres por el sesgo de género: reparar, tejer, coser. Hoy se están desarrollando en talleres colaborativos y se empiezan a rescatar estos oficios. Hay una oportunidad ahí.

-¿En qué más se nota ese sesgo de género?  

-En la cocina. No todo el mundo sabe cocinar, se ha perdido esa habilidad. Quizás antes tenía todo un sesgo de género, que es muy cuestionable, pero a través de las mujeres se traspasaban los conocimientos de hacer cosas domésticas. Eso se debe recuperar, pero de modo igualitario. Todos, hombres y mujeres, tenemos que aprender de las generaciones pasadas respecto a cómo vivir mejor en el hogar y ser más autónomos, dejando de externalizar todo a otros servicios que lo resuelvan porque eso significa más residuos. Es cuestión de pensar lo que significa preparar en la casa la comida o utilizar una App de delivery. No estoy diciendo que no se pida comida nunca, pero preparar los alimentos que se van a consumir también está conectado con la noción de reparar y de autonomía que debiésemos tener como personas para resolver nuestras necesidades. Si siempre las solucionamos a través de servicios que implican pagar para ello, mejor será para la economía, pero no necesariamente para la sociedad y el medioambiente”.

-El incentivo no puede ir por el concepto de reparar, debido al ahorro marginal ¿Tiene que ir por el aporte al medioambiente?

-Claramente, esto es no por dinero, más bien responde a que la reparación genera una sensación de autonomía, ya sea individual, de un colectivo, una comunidad o de una familia, que logra resolver algo sin que un externo te haya vendido una solución. Pero más alá de ello, lo principal es que la economía internalice esto como una necesidad, que se implemente alguno de los principios de la economía circular. Los productos que se comercializan debieran reflejar el espectro completo de su costo, cosa que no ocurre, por ejemplo, con una botella desechable.

La industria tiene que proveer opciones que sean más sustentables; quienes producen o diseñan objetos debiesen gravar el precio con el valor real que tienen las cosas, incorporando sus impactos sociales y ambientales. Al hacerlo, muchos de los productos que hoy son muy baratos, serían más caros, y comenzarían a emerger otras alternativas, como las que existían en el pasado. Por ejemplo, servicios para reparar o nos animaríamos más a hacerlo en la casa. Hay que demandar que se incorporen políticas públicas que orienten a las industrias para que de facto sean sustentables y así los ciudadanos tengan está opción. Si queremos que el hábito de reparar vuelva a ser algo común, no se trata solamente de que cada uno empiece a hacerlo, sino de que existan cambios en la economía que releven esta opción como una alternativa viable y que sea competitiva en las decisiones cotidiana.